¿Se acaba la internet como la conocimos?: el debate que se aceleró con la prohibición de Facebook y Twitter a Donald Trump
La suspensión podría haber iniciado una cadena de acontecimientos conducentes “al final de la globalización digital y la erección de fronteras digitales, como también la regionalización y la censura”, argumentó Sam Lessin, cofundador de Fin Analytics y ex ejecutivo de la empresa de Mark Zuckerberg
“La primera semana de 2021 será recordada como un punto de inflexión en la historia de la libertad de expresión y de la internet abierta a nivel global. Tiene el potencial de ser un polvorín que deshaga el corazón de internet tal como la conocemos”, escribió Sam Lessin, cofundador de Fin Analytics y ex vicepresidente de gestión de productos de Facebook.
Su voz se sumó a la discusión sobre si es censura o no que las redes sociales hayan suspendido las cuentas del ex presidente de los Estados Unidos Donald Trump para advertir que “lo que está en juego va mucho más allá” y podría cambiar dos cuestiones centrales de la sociedad contemporánea: “Qué derechos tenemos en lo que respecta al discurso digital privado y qué acceso deberíamos tener a una internet global y una información comunitaria”.
En lo personal, él opinó que la acción de Twitter, Facebook y otras redes que eliminaron a Trump, transitoria o definitivamente, de sus entornos fue “la decisión correcta” en el contexto del asalto al Capitolio. Sin embargo, no consideró igualmente acertadas las medidas que tomaron Amazon Web Services (AWS, que dejó offline a Parler, una plataforma libertaria en la que se comunicaban muchos seguidores de Trump) y Stripe: eso le pareció “una amenaza al discurso digital”.
Escribió en The Information: “Las empresas de tecnología, y no sólo las redes sociales, están ahora en una posición casi imposible. Se puede argumentar que estamos al borde del colapso de la internet global”.
Para ilustrarlo planteó que, si bien “los grupos extremistas buscan redes sociales alternativas”, no están del todo incomunicados. Tienen, por ejemplo, el correo electrónico. Si redoblan sus esfuerzos de difusión y contacto en listas de correo, y pueden hacerlo perfectamente porque muchos están asociados a organizaciones políticas o comunitarias, eso “va a crear un problema para las grandes empresas tecnológicas que han centralizado excesivamente el correo electrónico”.
Con ese ejemplo Lessin apuntó a la relación entre la infraestructura de internet y la libertad de expresión y el derecho a la información. “En la práctica, algunas empresas grandes tienen un control enorme sobre qué correos electrónicos se entregan y cuáles se suprimen”, explicó, lo cual se parece mucho a lo sucedido en las redes sociales con Trump y los proveedores de servicios con Parler: las compañías son susceptibles a la presión interna y la presión política.
“Lo que tenemos que reconocer es que internet está gobernada por un conjunto de normas y acuerdos implícitos, en lo que respecta a cómo se maneja el tráfico digital. Eso incluye el derecho de las personas a comunicarse con otras libremente”, destacó. “Una vez que esas normas comienzan a desmoronarse, internet puede venirse abajo rápidamente”.
Lessin ha escrito muchas veces contra la distinción entre las bondades del control en los espacios públicos de internet y la libertad que debería existir en los privados, como el correo electrónico. Pero para él hoy la cuestión se centra en que a medida que la gente se pase de las plataformas sociales a la comunicación personal, “le seguirán intentos graves de regulación y control”. Y no cree que sea una buena idea “cruzar ese puente”.
Utilizar la tecnología “para vigilar, censurar y controlar la expresión privada en un nivel que era literalmente incomprensible” hasta hace poco le parece autoritario: “Debemos rechazar con vehemencia ese poder, por el bien del futuro y a pesar del continuo dolor y sufrimiento que causará el discurso de odio privado”.
¿Qué pasaría si algunos países con instituciones más débiles que las de los Estados Unidos les pidieran a las grandes tecnológicas que, del mismo modo que suspendieron a Donald Trump, suspendan a otros que las autoridades consideran una amenaza? No hay manera de que Google o Facebook determinen a quién suspender en 200 países, argumentó. “Es un papel que ninguna empresa privada puede desempeñar. Incluso los gobiernos luchan vigorosamente para poder hacerlo”.
¿Y qué pasaría si se proyectara de manera similar lo que hicieron AWS y Stripe, que son proveedores de infraestructura de internet? Eso implicaría que la red en sí es el problema, advirtió en The Information.
“Muchos países se van a sentir con justificación plena para tomar el asunto en sus manos y decir que necesitan poner firewalls, construir su propia infraestructura de internet y controlar quién puede hablar dentro de sus fronteras”, argumentó. “Puede que esto suene alarmista, pero creo que un desmantelamiento así de internet es posible en el entorno actual, en la medida en que las empresas estadounidenses han mostrado que tomarán partido en sus asuntos internos”.
Por esto a Lessin le importa poco el juicio moral de las acciones de Twitter o Facebook: da igual si están bien o mal. Lo que realmente importa es el hecho de que “grandes franjas de internet han dado un claro paso político que es imposible de extender de manera coherente o justa al mundo entero”. No hace mucho, apenas dos meses atrás, si un partido político hubiera abogado por silenciar en internet a su rival, habría recibido una catarata de críticas. “Pero de pronto, eso exactamente se ha convertido en un debate legítimo, uno que las empresas de internet perderán, no importa lo que hagan”.
Acaso el último acto de gobierno de Trump haya sido —especuló— iniciar la cadena de acontecimientos que podría conducir “al final de la globalización digital y la erección de fronteras digitales, como también la regionalización y la censura”.
A diferencia del Imperio Romano, que más allá de sus contenidos tuvo el mérito de perdurar, el imperio de las actuales comunicaciones digitales peligra por “la falta de un principio central, de organización, de coherencia y de normas”, comparó. “Para que las empresas de la internet global sobrevivan a este periodo es necesario que salgan rápidamente de la ciénaga de la moderación de contenidos y sus políticas complicadas y adopten leyes y políticas sencillas que puedan aplicar de manera coherente y universal”.
Como mucha gente que pasó la infancia en la década de 1980, el cofundador de Fin Analytics y ex ejecutivo de Facebook tuvo “el privilegio increíble de crecer a la vez que se expandían el mundo digital e internet”. Para muchos de su generación “era un hecho” que la red había llegado para quedarse y conectar a la humanidad. Hoy, en cambio, ve que ese proyecto global está “profundamente amenazado”. E imagina dos futuros posibles.
“En el primero, la internet se rompe en los próximos años”, conjeturó. “Los proveedores de servicios pierden la confianza mientras que las regiones y las comunidades eligen autodefinirse y construyen sus propias infraestructuras. En amplias franjas del mundo, o acaso en todas partes, la gente no confía en que se puede comunicar digitalmente con seguridad o que la realidad que ve es en efecto la realidad. Las fronteras digitales se pueden volver tan reales como las físicas. En este futuro, la internet de cada país se convierte en una extensión del país mismo, con sus propias políticas, reglas y proveedores”.
En el segundo escenario potencial “las empresas de internet de todo tipo simplifican y endurecen drásticamente sus reglas, eliminando el juicio humano de la ecuación”. Eso requerirá, también, un gran progreso tecnológico.
Por ahora, concluyó, lo único claro es que “el debate sobre confianza, imparcialidad y control se ha mantenido ambiguo durante demasiado tiempo”. Tanto tiempo, en realidad, que “los riesgos han crecido demasiado como para que sobreviva este confuso statu quo”.