La diferencia funcional entre un teléfono inteligente de este año y otro del año pasado nunca antes había sido más pequeña.
Es posible que a los lectores les alivie descubrir, como me ocurrió a
mí, que hay un motivo matemático por el que uno no siempre tiene el
último ni el mejor aparato tecnológico. El principio carece de nombre,
pero es común para una serie de fenómenos producidos por el hombre,
incluido el promedio de bateo en el béisbol, el mercado de valores y el
funcionamiento relativo de la economía y de los coches de lujo.
Ocurre con la tecnología de consumo e incluso con la
tecnología para empresas. Tomemos como ejemplo los teléfonos
inteligentes. La diferencia funcional entre la generación del pasado año
de teléfonos Android y de iPhones y sus últimas versiones nunca ha sido
más reducida, al menos en términos subjetivos. Esto es porque, lo mismo
que ha ocurrido con los portátiles y los automóviles, los teléfonos
inteligentes se han convertido en una tecnología más madura. Como
resultado, a sus fabricantes cada vez les resulta más difícil contarnos
no sólo en qué se diferencian sus últimos modelos de los más antiguos,
sino también entre ellos. Como John Herrman escribía en Medium, esto ha
llevado al "extraño narcisismo de la industria respecto a las pequeñas
diferencias".
Un resultado es el creciente mercado de aparatos electrónicos de
segunda mano de todo tipo. "Estamos intentando educar a los consumidores
sobre el coste total que implica la tenencia de un teléfono inteligente
y en inteligentes elecciones financieras", comenta Sarah Welch,
responsable del departamento de marketing de Gazelle. El negocio
principal de Gazelle consiste en la compra de teléfonos de segunda mano
directamente a los consumidores, su renovación o puesta a punto y
posterior venta. Welch afirma que Gazelle aspira a convertirse en el
"CarMax de los aparatos tecnológicos de segunda mano". El dispositivo
más popular de Gazelle es el iPhone 5, a la venta por 219 dólares, un
tercio de lo que costaría un teléfono nuevo de Apple o un teléfono
proporcionado por un operador.
Gazelle, una empresa privada, dice que el único problema en la venta
de estos aparatos radica en mantener el ritmo de la demanda. "Los
teléfonos de la generación anterior tienen una funcionalidad tan similar
a la de los nuevos que mucha gente cree que esta solución intermedia
merece la pena", afirma Welch.
Otro camino que están tomando los consumidores consiste en la
reparación de sus aparatos supuestamente difíciles de reparar. Hace
poco, cuando la batería de mi iPhone de un año de antigüedad empezó a
fallar, llamé a un técnico de iCracked para que se desplazara a mi
oficina para cambiarla. El coste total, incluidas las piezas, fue de 40
dólares. Por el mismo precio de una agradable cena, compré un año
adicional de servicio para el aparato más esencial de mi despacho.
AJ Forsythe, fundador y consejero delegado de iCracked, compañía
fundada hace cuatro años, me comentó que la demanda de los servicios de
reparación de móviles de su compañía está creciendo tan rápidamente que
está contratando a entre 400 y 500 técnicos al mes. La compañía también
acaba de lanzar un programa de seguros para el móvil denominada
Advantage, que garantiza un teléfono nuevo del mismo modelo si iCracked
no puede reparar el antiguo.
Otras compañías, como Glyde, permiten a los consumidores vender sus
viejos teléfonos entre sí directamente. Como todos los grandes
operadores estadounidenses en la actualidad, tienen algún tipo de
programa de permutación o canje como pago de otra cosa, y algunos
incluso ofrecen seguros para móviles. En su conjunto, el mercado de los
dispositivos móviles se está pareciendo cada vez más al mercado de
automóviles, con las mismas estratificaciones por precio, y las mismas
medidas (teléfonos de segunda mano, seguro, reparación) para hacer que
los caros aparatos sigan funcionando o que estén más ampliamente
disponibles.
Todo esto es posible porque nuestros portátiles, ordenadores
personales, teléfonos inteligentes y tabletas han llegado a ser,
independientemente del fabricante o del sistema operativo, más o menos
igualmente utilizables. No resulta difícil ver, si se echa un vistazo en
una oficina o en una cafetería, a gente utilizando aparatos de todos
los fabricantes y de cualquier generación. Puede resultar liberador
darse cuenta que cada cadena de herramientas personalizadas, por
estrafalaria que sea, de cada individuo es tan válida como la del
individuo de al lado. Negarse al culto a lo nuevo y brillante y abrazar
la tecnología suficientemente buena no es una cuestión de renuncia. Es
simplemente el reconocimiento de que todas las tecnologías maduras
acabarán convirtiéndose en suficientemente buena.
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