Martin Hilbert, experto en redes digitales: “Obama y Trump usaron el Big Data para lavar cerebros”
Martin Hilbert / The Clinic
Lo conocen en la academia de las TICs por haber creado el primer
estudio que estimó cuánta información hay en el mundo, cifras que acá
comenta en un castellano aliñado con modismos chilenos, tecnicismos
gringos y erres alemanas. Martin Hilbert (39), Doctor en Ciencias
Sociales y PhD en Comunicación, es alemán, pero vivió largos años en
Chile como funcionario de la Cepal. Hoy trabaja en la Universidad de
California, es el asesor tecnológico de la Biblioteca del Congreso de
Estados Unidos y vive a cuarenta minutos de Silicon Valley, donde un
futuro inevitable toma forma. En esta entrevista, no apta para amantes
de la vida retirada, explica cómo el Big Data permite a la información
interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones, cuánto
saben las grandes empresas de nosotros, y lo que más le preocupa: lo
fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la
información, haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta. También
habla sobre la posibilidad de que la inteligencia artificial llegue a
generar una conciencia superior. Cree que eso va a ocurrir, pero no hay
que tener miedo: “No va a ser Terminator contra nosotros”.
¿Cuánta información hay en el mundo?
–La última vez que actualicé este estudio, hace dos años, había 5
zetabytes. Un ZB es un 1 con 21 ceros, lo cual no te dirá mucho. Pero si
tú pones esta información en libros, convirtiendo las imágenes y todo
eso a su equivalente en letras, podrías hacer 4500 pilas de libros que
lleguen hasta el sol. O sea, hay mucha información.
¿Y a qué ritmo está creciendo?
–A un ritmo exponencial. Se duplica cada dos años y medio. Entonces, ahora probablemente son 10 ZB.
O sea, ocho mil pilas de libros que llegan al sol.
–Ocho o nueve mil pilas, sí. Piensa en esto: desde el 2014 hasta hoy,
creamos tanta información como desde la prehistoria hasta el 2014. Y lo
más impresionante, para mí, es que la información digital va a superar
en cantidad a toda la información biológica que existe en el planeta. La
vida es procesamiento de información, ¿no? Toma del ambiente moléculas
normalmente muertas, toma fotones del sol, y los convierte en
estructuras complejas de información con un código base que es el ADN. Y
ya existe más información digital que código genético humano. Aun
contando cada copia de ADN en las trillones de células de cada persona
en el mundo, en la humanidad hay como 1 ZB de información. Y durante
este siglo, la información digital va a superar a toda la información
genética que existe en la biósfera. Todo lo cual lleva a muchas
preguntas sobre el futuro de la humanidad, ¿no?
Parece que la pregunta existencial más importante va a ser cómo interpretamos tantos datos.
–Y la respuesta es que la única manera de interpretarlos es con máquinas
también. Este procesador [apunta a su cerebro] no aguanta eso, sabe
hacer otras cosas. Ahora, lo bueno es que la información crece muy
rápido, pero nuestro poder de computación crece tres veces más rápido.
Se duplica en menos de un año. Porque la tecnología siempre es mejor
pero también porque tenemos muchas más máquinas, ¿no? Tú mismo tienes
ahora un celular, un computador, etc., que interpretan muchos datos por
ti. Y ahí viene toda la cuestión de la inteligencia artificial [en
adelante, IA] y el Deep Learning, que ahora es lo más importante.
¿Qué es el Deep Learning?
–Es la manera como se hace la IA hoy en día. Son redes neuronales que
funcionan de manera muy similar al cerebro, con muchas jerarquías. Todo
esto que hacen Apple y Google y todas las Siri en el teléfono, todo usa
Deep Learning. Es una IA súper poderosa que descubrimos hace cinco años y
ya todo el mundo la usa, porque es muy superior a todo lo que habíamos
encontrado.
Y la otra pregunta existencial, ¿qué tan espiados estamos?
–Nooo, ¡súper espiados! Todo está espiado. Y es muy interesante, porque
después de Edward Snowden la gente dijo: “¡Qué es esto, pueden ver mis
fotos desnudo! Ya, bueno, qué tanto”. Nadie se fue a protestar a la
calle, la cosa siguió tal cual. La NSA confesó que hizo un par de cosas
demasiado ilegales y bueno, esas cosas se arreglaron. Pero las otras no,
y cada vez te van a espiar más. Yo no digo que esto sea bueno o malo,
pero la gente tiene que saber. Y si la gente sabe que está espiada y no
le importa, está perfecto. Ahora, la pregunta delicada es qué pasa si
esos datos llegan a las manos de alguien que pueda abusar de ellos. En
Silicon Valley no están muy contentos con que sus herramientas ahora las
pueda usar Donald Trump. Están muy decepcionados, la verdad.
¿Qué cosas de nosotros se pueden saber de un momento a otro?
–De partida, dónde estás y dónde has estado. Si tienes Gmail en tu
celular con wifi, puedes ver en Google Maps un mapa mundial que muestra
dónde estuviste cada día, a cada hora, durante los últimos dos o tres
años (ver www.google.com/maps/timeline). Es una información que tú les
permites coleccionar al aceptar los términos de licencia cuando instalas
la aplicación.
Lo que uno nunca lee.
–Exactamente. Y en muchos casos tú puedes optar que no lo hagan, pero
nadie se fija. Ahora, lo interesante es que con estos datos de movilidad
se pueden hacer estudios. Y ya sabemos, por ejemplo, que se puede
predecir con casi un 90% de probabilidad dónde vas a estar tú en cada
momento de cada día del año que viene. Imagínate lo que vale esa
información para una empresa que hace marketing, por ejemplo.
Cuentas que en África el celular hizo lo que nunca pudo hacer
el certificado de nacimiento. La huella de que una persona existe es su
teléfono.
–Claro, es súper poderoso. Es tu verdadera huella digital. Y África es
el caso extremo, pero piensa en América Latina, donde hay tanto orgullo
por los censos. El censo de Chile ahora fue un desastre y era una
tragedia, ¿no? Pero con los datos de tu celular, si uso solamente lo que
se llama metadata, o sea sin escuchar tus conversaciones ni saber con
quién hablas, sino sólo con qué frecuencia y con qué duración usas tu
celular, con eso yo puedo hacer ingeniería reversa y reproducir el 85%
de tus resultados de un censo: si eres hombre o mujer, cuál es tu rango
de ingresos, si tienes niños, si estás casado, tu origen étnico…
¿Sólo conociendo la frecuencia y duración con que uso mi celular?
–Sí. El censo que hacen cada 10 años, que es tan costoso y tan
importante, lo puedo reconstruir en un 85% con esos dos datos. De eso se
trata el Big Data: tenemos tantos datos y tanta capacidad de
procesarlos, de identificar correlaciones, que podemos hacer a la
sociedad muy predecible. Y cuando puedes predecir, puedes programar.
Y en el caso de las empresas de Internet que nos prestan
servicios gratuitos, ¿qué tan importante es para su negocio la
información que tienen de nosotros?
–Todo, eso es todo lo que tienen. Facebook vale billones de dólares por
la información, no por otra cosa. De las diez empresas del mundo tasadas
a un precio más alto, yo creo que cinco son proveedoras de información.
Y la gente siempre dice “no, hay que regular todo eso, proteger a los
usuarios”. Pero la demanda más extrema que he escuchado en todas esas
conferencias donde voy, es que necesitamos derechos de propiedad de
datos, como los de propiedad intelectual, para que tú puedas vender tus
datos y no regalarlos. Y yo voy con este reclamo donde mis amigos en
Silicon Valley y me dicen “pero hueón, ¡si ya lo estamos haciendo! Tú
sigues siendo dueño de tus datos, pero aceptas que yo también lo sea al
aprobar los términos de licencia. Y a cambio puedes usar Google Maps
gratis y te ahorras una hora de taco al día, ¿no es fantástico?”. Ahí
llegamos al fin de la discusión, no hay nada más que hacer. Incluso ante
las propuestas más progresistas, Silicon Valley ya tiene respuesta. Y
la verdad es que la gente se beneficia tanto de eso que no le molesta.
También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el plan, hacen buena plata con nuestros datos, ¿no?
–Claro. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de Telefónica que vende
los datos de la compañía. Si tú tienes Movistar, tus datos están ahí
vendidos.
¿A quién le sirven?
–¡A mucha gente! Si tú quieres abrir una tienda de corbatas en una
estación de metro, te vale mucho saber cuántos hombres caminan en cada
salida del metro, entonces compras estos datos de Telefónica. Y también
los puedes usar en tiempo real: saber a qué hora pasa la gente, e
incluso si se detiene o no a ver el anuncio de oferta que pusiste
afuera. Y lo más impresionante es que esto convirtió a las ciencias
sociales, de las que siempre se burlaron, en la ciencia más rica en
datos. Antes tenías que hasta negociar con diplomáticos para que te
prestaran una base de datos de cien filas por cien columnas. Y en las
universidades hacían experimentos con 15 alumnos de pregrado, que
necesitaban créditos extra para pasar el ramo, todos blancos, todos de
18 años, y decían “miren, así funciona la psicología humana”. ¡De
adónde! Nosotros nunca tuvimos datos, y por eso nunca funcionaban las
políticas públicas. Y de la noche a la mañana, el 95% de los sujetos que
estudiamos pasó a tener un sensor de sí mismo 24 horas al día. Los
biólogos siempre dijeron “eso no es ciencia, no tienen datos”. Pero
ellos no saben dónde están las ballenas en el mar. Hoy nosotros sí
sabemos dónde están las personas, pero también sabemos qué compran, qué
comen, cuándo duermen, cuáles son sus amigos, sus ideas políticas, su
vida social. Se puede abusar también, como Obama y Trump lo hicieron en
sus campañas, como Hillary no lo hizo y por eso perdió. Pero el gran
cambio es que estamos conociendo a la sociedad como nunca antes y
podemos hacer predicciones con un nivel científico. ¡Lo de antes era
arte, no era ciencia!
TRUMP TE CONOCE
Entiendo que algunos estudios ya han logrado predecir un montón de cosas a partir de nuestra conducta en Facebook.
–Claro, esos son los datos que Trump usó. Teniendo entre 100 y 250 likes
tuyos en Facebook, se puede predecir tu orientación sexual, tu origen
étnico, tus opiniones religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y
de felicidad, si usas drogas, si tus papás son separados o no. Con 150
likes, los algoritmos pueden predecir el resultado de tu test de
personalidad mejor que tu pareja. Y con 250 likes, mejor que tú mismo.
Este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge, luego un empresario que tomó
esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató a Cambridge Analytica
para la elección.
¿Qué hizo con eso?
–Usaron esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de
cada ciudadano que puede votar. Casi 250 millones de perfiles. Obama,
que también manipuló mucho a la ciudadanía, en 2012 tenía 16 millones de
perfiles, pero acá estaban todos. En promedio, tú tienes unos 5000
puntos de datos de cada estadounidense. Y una vez que clasificaron a
cada individuo según esos datos, lo empezaron a atacar. Por ejemplo, en
el tercer debate con Clinton, Trump planteó un argumento, ya no recuerdo
sobre qué asunto. La cosa es que los algoritmos crearon 175 mil
versiones de este mensaje –con variaciones en el color, en la imagen, en
el subtítulo, en la explicación, etc.– y lo mandaron de manera
personalizada. Por ejemplo, si Trump dice “estoy por el derecho a tener
armas”, algunos reciben esa frase con la imagen de un criminal que entra
a una casa, porque es gente más miedosa, y otros que son más patriotas
la reciben con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Es la
misma frase de Trump y ahí tienes dos versiones, pero aquí crearon 175
mil. Claro, te lavan el cerebro. No tiene nada que ver con democracia.
Es populismo puro, te dicen exactamente lo que quieres escuchar.
¿Y qué hizo Obama?
–Obama fue como el pionero en esto. En la campaña de 2012, para su
reelección, invirtió en esto mil millones de dólares, mucho más que en
comerciales de TV. Y con eso contrató a un grupo de cuarenta nerds, de
Twitter, de Google, de Facebook, de Craigslist, tres profesionales de
póker, otro que trabaja con células madres, en fin. A esos cuarenta
nerds los puso en un subterráneo, les dio mil millones de dólares y un
número para el servicio de pizza, ¿no? Y ahí en el subterráneo crearon
los 16 millones de perfiles que les interesaban, los votantes indecisos.
Sacaron datos de todos lados. Incluso tuvieron acceso a las
Setup-Boxes, lo que sería el DirectTV en Chile, que registra cómo tú ves
televisión. Si tienen acceso a eso, ya saben lo que te interesa, y
empezaron a llevar comerciales individualizados. Lo más delicado es que
no sólo pueden mandarte el mensaje como más te va a gustar, también
pueden mostrarte sólo aquello con lo que vas a estar de acuerdo. Si
Obama tiene sesenta compromisos de campaña, puede que 58 te parezcan
mal, pero al menos con dos vas estar de acuerdo. Digamos que estás a
favor del desarrollo verde y a favor del aborto. Bueno, empezaron a
mostrarte en Facebook sólo estos dos mensajes.
¿Con avisos publicitarios?
–No, lo hicieron más sofisticado. Como algún amigo vas a tener que hizo
un like a la campaña de Obama, ese like les dio acceso a los perfiles de
todos sus amigos –esto también va en la licencia que nunca leemos–,
entonces podían ver tu historial y clasificarte. Y además tenían acceso a
postear desde el timeline de tu amigo, porque esto también está
permitido. Él no lo ve, Facebook no se lo muestra, pero tú sí vas a ver
muchos artículos así como “Obama el héroe de la energía alternativa”,
“Obama el héroe del aborto legal”. No son propagandas de la campaña, son
artículos de prensa bien elegidos. Y si tú por medio año ves “Obama
héroe” de estas dos cosas que te gustan, al final vas a decir “oye, tan
mal no está este Obama”. Bueno, en 2012 le cambiaron la opinión al 78%
de la gente que atacaron así. Y Trump lo hizo con 250 millones. Creo que
George Orwell se metería un tiro, porque ni él se imaginó algo así. La
democracia es completamente inútil con algo así.
En un artículo explicabas que también los call center de
Estados Unidos te clasifican mientras hablas, y cuando vuelves a llamar
te
derivan a un empleado con una personalidad afín a la tuya.
–Así es. El que habla contigo no lo sabe, ¿no? Una vez conté esto en una
conferencia y uno de mis estudiantes, la próxima vez que llamó a un
call center, le dijo “¡oye hueón, deja de clasificarme la
personalidad!”. El otro no entendía nada, ¡ja, ja, ja! El trabajo lo
hacen alrededor de diez mil algoritmos que te escuchan hablar y
clasifican tu personalidad en seis diferentes cajas. La última vez que
hablé con esta compañía, me dijeron que ya el 30% de las llamadas a los
call center de Estados Unidos están intermediadas así. Y ya hay sistemas
que les dan inteligencia en tiempo real: el tipo está ahí con un
monitor que le dice “ahora es el momento de ofrecerle tal cosa”, “ahora
ya no”. Pero eso es reciente, por ahora lo más común es que te dejan
clasificado. Y todo esto, al final, ¿a qué nos lleva? A crear burbujas,
en todos los niveles.
¿Cómo así?
–Que la gente emocional sólo hable con gente emocional, la gente de
acción con la gente de acción, los reactivos con los reactivos. Hablamos
mucho de que ahora los demócratas no hablan con republicanos, pero esta
fragmentación de la sociedad en subgrupos va mucho más allá de la
política. La verdad, es una cosa triste. Pero no es culpa de la
tecnología, es la manera en que la usamos hoy día. Toda tecnología es
normativamente neutral, tú puedes usar un martillo para colgar un cuadro
o para matar a tu vecino. Lo mismo con la tecnología digital: podríamos
usarla para unir gente, para mezclar gente de opiniones opuestas, pero
no lo estamos haciendo.
Y más rezagada aún queda la democracia, incapaz de mediar entre tanta información fragmentada. No hay denominador común.
–Claro, el Big Data permite poner a la gente en muchas más cajas que
antes no veías, es un arma de fragmentación muy poderosa. Sí, esa es una
amenaza. Esto de la privacidad y el comercio no es el gran problema, la
gente tiene razón en no preocuparse tanto. Es útil que las chicas
reciban comerciales sobre la píldora y los chicos sobre condones, ¿no?
Ahora, Big Data para la democracia representativa… ahí termina. Tú sabes
que la democracia siempre estuvo muy ligada a las posibilidades
informacionales que tenía cada sociedad. Aristóteles fue muy claro en
decir que la democracia no podía ir más allá de un radio de 70 km,
porque la información no podía viajar más que eso en un día. Por eso la
democracia griega fue para una ciudad. Y en Estados Unidos, ¿por qué
crearon las primarias, los colegios electorales por cada Estado y todo
eso que conocemos? Porque el viaje en caballo de costa a costa tomaba
una semana. Como no había acceso a la gente y la gente tampoco estaba
informada, se necesitó todo este constructo representativo. Pero con la
tecnología actual, este constructo está completamente abusado y tiene
potencial para constituirse en una dictadura informacional, esto hay que
decirlo abiertamente. Esto es lo que más me preocupa. La democracia
representativa de esta manera no funciona.
Obligados a pensarla de nuevo…
–La verdad es que tenemos que repensarla completamente. Y ya tampoco
podemos ignorar que las redes digitales son globales. O sea, personas
que están a miles de millas se pueden ofender con una información que
les llega y presentarse en la redacción de una revista para matar a los
dibujantes. Es que todo esto pasó muy rápido. Llevábamos miles de años
separados en diferentes culturas y nos tuvimos que conocer en un par de
décadas. En el Islam dijeron que no quieren ver mujeres desnudas, y un
día llegamos nosotros con el TV cable y les forzamos a mirar las tetas
de Pamela Anderson. Y nosotros no entendemos por qué ellos pueden tener
dos esposas. Entonces, si la información fluye globalmente, ¿hasta dónde
podremos prescindir de una gobernanza global? No lo sé. Pero esto va a
ser un camino de ensayo y error, como siempre ocurrió con la tecnología.
Ahora vimos que Facebook, después de la elección de Trump, empezó a
limpiar sus fake news, estas noticias mentirosas. Hace tres meses decían
“no, nosotros no somos editorial”, y ahora están sacando cosas. Ya es
un comienzo.
Y los Estados, ¿están sabiendo aprovechar el Big Data para las políticas públicas?
–No, están muy atrás todavía. Pero tienen una oportunidad muy grande. Se
estima que el Estado posee alrededor de un tercio de los datos de un
país, lo que es mucho. ¿Acaso tiene un tercio del poder productivo? Ni
loco. El gobierno sabe todo lo que pasa en los colegios, en los
hospitales, en los servicios de impuestos, ¡cuánta información hay ahí!
Se puede aprovechar mucho más para políticas sociales y económicas,
sobre todo en América Latina. Y lo segundo es poner la información que
es pública a disposición de la sociedad, lo que se llama el Open Data.
Pero ahí estamos aún más atrasados, incluso acá. Por ejemplo, a mí me
nombraron Chair of Technology de la Biblioteca del Congreso, que en
EE.UU. siempre fue LA institución de la información. Ellos mismos me
invitaron porque se dan cuenta de que perdieron el tren y Google les
robó el show en diez años. Y cuando voy allá, veo que todavía podrían
recolectar mucha más información, y hacerla pública. Los mapas… ¡el
gobierno tiene un montón de mapas! No necesitamos Google Maps, los
militares tienen todos los mapas que necesitas. ¿Por qué no los hacen
disponibles? Los precios de terrenos, qué tipo de terrenos hay para qué
tipo de agricultura, quién es el dueño del terreno, todo esto el
gobierno lo tiene y socializarlo podría ser muy productivo. Pero es una
buena noticia: si el insumo de esta nueva economía son los datos y el
Estado tiene un tercio de ellos, los puede usar para democratizar la
economía.
Si es que también se democratiza la capacidad de usarlos.
–Sí, esa será la clave, y todavía no está claro si la disponibilidad de
información crea más o menos desigualdad. Pero si en otra época el
Estado destinó recursos para llevar la telefonía a las áreas rurales,
ahora tendrá que hacerlo para igualar el acceso a Big Data. Son cosas
que estamos aprendiendo, aunque los gobiernos ya podrían estar haciendo
mucho más.
EL FUTURO ARTIFICIAL
¿En Silicon Valley están muy locos?
–¡Ja, ja, ja! Depende. Algunos, como este alemán Peter Thiel, quien creó
eBay y que ahora está con Trump, él está un poco loco. Pero la verdad
es que no son locos, son un poco arrogantes. Pero son arrogantes con
justificación, porque realmente cambian el mundo, mucho más que un
gobierno. Por eso también les llegó pésimo lo de Trump. Estaban muy
enojados, no podían creer que se usó su tecnología para poner a un
fascista en el poder. No, la verdad es que todavía están muy confundidos
con eso. Bueno, dicen que la caída viene después de la arrogancia.
Algo que cuesta asimilar es que los datos, al crecer tanto,
ya se explican a sí mismos, descubren solos sus relaciones causa-efecto.
Como el traductor de Google, que se pegó el gran salto cuando le
quitaron las reglas de traducción y empezó simplemente a comparar datos.
–Y con eso, además, ya puede traducir entre dos idiomas aunque nadie en
el mundo hable esos dos idiomas. Te cuento un caso. ¿Te acuerdas de ese
juego para Atari y PC, parecido al pimpón, en que tenías que mover una
barrita hacia los lados para achuntarle a una pelota que rebotaba arriba
en unos bloques? Y sacabas puntos al ir destruyendo esos bloques.
Sí.
–Bueno. Al DeepMind, un programa de IA que usa el Deep Learning, lo
pusieron frente a ese juego y le dijeron “tienes que ganar puntos”. Pero
no le dijeron cómo se ganan los puntos. Ni siquiera le dijeron “vas a
ver una barrita, una pelota y unos bloques arriba”. Solamente le dieron
la capacidad de reconocer pixeles. A los diez minutos, el DeepMind casi
no agarraba la pelota, porque no entendía frente a qué situación estaba.
Después de dos horas, jugaba al nivel de un experto. Y a las cuatro
horas, mejor que cualquier ser humano. Pero no sólo por su precisión
técnica, sino porque descubrió una estrategia para ganar que poca gente
descubre. Es decir, sólo correlacionando movimientos de pixeles y puntos
ganados por azar, llegó a innovar y ser más creativo que la mayoría de
los humanos. Es lo mismo que hace la IA con el ajedrez. Se suponía que
Go era el juego en que nunca iba a pasar a los humanos, muchísimo más
complejo que el ajedrez. Bueno, DeepMind le ganó hace medio año al
campeón de Go. Entonces sí, la información se autointerpreta y son
mejores que nosotros.
¿Es cierto que las grandes compañías ya toman decisiones sin
saber por qué las toman? Sólo porque la IA ve los datos y les dicen
“hagan esto”.
–Claro, y está perfecto. Además, las relaciones de causalidad, muy
filosóficamente, nunca las podemos conocer. Como decía Popper, sólo
podemos descartar causas: tú no puedes saber si realmente X causó Y,
sólo puedes comprobar que Z no causa Y. Pero estas correlaciones nos
sirven para explicar y predecir. Ahora, si tú cambias el sistema que
produjo estos datos, ahí te puedes equivocar muchas veces. Pero ese ya
es otro problema.
Pero también sería un problema si, por ejemplo, llegáramos a
meter preso a alguien porque su conducta en Facebook, según un programa,
predice que es un potencial asesino.
–Sí, pero esto también lo hacen las personas. Si un sicólogo dice que
eres un peligro para la sociedad, también te pueden encerrar. Y la
verdad es que la IA es muchas veces más exacta que un psicólogo. Al
final, el juego con la tecnología siempre ha sido ver cuáles tareas se
pueden automatizar y cuáles se quedan con nosotros. Los primeros
imperios, por ejemplo, su gran innovación fue hacer canales de agua para
sus plantaciones. Así ya no necesitaban usar un tercio de su fuerza
laboral en ir cada vez al río y traer agua. Imagínate, qué brutal: un
tercio de la gente quedó desempleada. ¿Pero qué hicieron con ellos? A la
mitad los convirtieron en soldados y empezaron a dominar a otros
pueblos. A otros los hicieron arquitectos y constructores y crearon las
ciudades y templos más grandes de la humanidad. Otros se hicieron
artistas, otros empezaron a escribir… ¡a escribir, hueón, no tenían nada
más que hacer! Y es así como las sociedades han avanzado, ahorrando
tiempo y automatizando tareas. Si un robot reconoce células de cáncer,
te ahorras al médico. En San Francisco hay una farmacia donde no hay
ninguna persona trabajando: yo soy un robot, tú me das una receta, yo te
mezclo un poco de este polvo, un poco de este otro, lo pongo en una
caja y te lo doy. Además el robot sabe exactamente qué interacción hay
entre qué medicamentos, más que ningún farmacéutico. Más del 50% de los
actuales empleos son digitalizables, incluso escribir noticias rápidas,
como sabrás. Y ya no hablamos de reemplazar a los obreros, como en la
revolución industrial, sino también los trabajos de la clase más
educada: médicos, contadores, ¡abogados, hueón! Hay una aplicación en el
teléfono que te dice cuánto estás obligado a pagar si te divorcias,
según los detalles de tu caso. Te ahorraste mil dólares de abogado por
pedirle ese estudio. Claro, es brutal. Pero esto ya ha pasado antes y no
fue el fin de la historia. Inventaron hueás nuevas tan locas como
escribir, que antes nadie tenía tiempo de pensar en eso.
Lo que sí sería nuevo, y es el gran miedo cuando se habla de
la “era de la singularidad” que supuestamente viene, es que el robot
pase a decidir por nosotros. En el fondo, que nos ganen.
–Claro, es la pregunta: si va a ser “el Terminator contra nosotros”.
Mira, la singularidad viene. O ya está acá. Trata de deshacerte de tu
celular por un año. Ya estamos fusionados con esta tecnología, como
sociedad y como especie. Nuestra distribución de recursos ocurre
básicamente en la bolsa, y acá el 80% de las transacciones de la bolsa
son decididas por IA. El 99% de las decisiones de la red de electricidad
son tomadas por IA que localiza en tiempo real quién necesita energía. Y
si tú me dices “mira, Martin, recién descubrimos una especie donde un
sistema que se llama IA distribuye el 80% de los recursos y el 99% de la
energía”, yo diría “bueno, IA es una parte inseparable de esta
sociedad”. Y ya no se puede deshacer, no se puede desenredar. Tú podrías
irte a la cordillera, dejar tu celular atrás y nunca más tener
interacciones digitales, pero ya no serías parte de nuestra sociedad.
Dejarías de evolucionar con nosotros. El punto aquí es que la especie
humana ya evoluciona en convergencia con la tecnología, que en algunos
aspectos ya es mejor que nosotros… no en todos. De nuevo, la pregunta es
qué cosas dejamos a la IA y qué cosas no.
Mientras eso lo decidamos nosotros y no ellos, si aprenden a pensar por su cuenta.
–Sí. Y si me preguntas a mí, digamos, filosóficamente, lo que creo que
está pasando es que efectivamente estamos creando una supraespecie, otra
especie superior. Pero la verdad es que no tengo tanto miedo de eso.
¿Por qué no?
–A ver… Normalmente entendemos que la selección natural, cuando hay dos
especies, elige a una de las dos, la famosa “supervivencia del más
apto”, ¿no? Pero también hay ejemplos de simbiosis en que las dos
especies se fusionan, y yo creo que en este caso las dos especies se van
a fusionar. Pero ya hablamos tanto que no sé si vale la pena explicar
todo esto…
Parece que sí.
–Quizás para entenderlo hay que mirar cómo funciona la vida, los
sistemas vivos. Como sabes, existen diferentes niveles de abstracción:
abajo tienes partículas subatómicas que interactúan para formar átomos;
los átomos forman redes para crear moléculas; las moléculas, para crear
células, y las células se ponen en redes –cada una con su respectiva
pega– para crear organismos. Después los organismos se ponen en redes
para crear sociedades. Y ahora, ¿qué viene después? Sociedades que se
ponen en red a través de la tecnología para crear algo superior. El
punto es que cada uno de esos niveles cree funcionar con sus propias
leyes, y no saben que gracias a esas leyes se han formado otras leyes
que han creado un nivel superior. Mis células no saben que yo tengo
conciencia. Se encuentran y dicen “mira, ahí hay una bacteria, ¿la
atacas tú o yo?”. Piensan que son bastante libres, ¿no? Pero los grandes
números crean una estadística confiable de que esa bacteria va a ser
atacada, y gracias a la estabilidad de esos promedios es que mi sistema
tiene la tranquilidad para crear lo que llamamos conciencia. Y lo que
creo que va a terminar haciendo la digitalización es convertirnos a
nosotros en células de un organismo mayor.
¿Cómo?
–A medida que la IA empiece a organizarnos, a programar a la sociedad. Y
va a poder hacerlo porque si bien tú y yo creemos ser muy distintos, el
funcionamiento de la sociedad, con los grandes números, consigue
promedios muy estables. Entonces este organismo puede sobrevivir, hasta
que yo me imagino que va a poder producir una conciencia. Pero nosotros
ni vamos a saber que esa conciencia existe. Por eso te digo que no va a
ser “Terminator contra nosotros”. Es un supraorganismo con el que nos
estamos fusionando, y la digitalización es como el aceite que nos une.
La verdad es que normalmente no hablo de esto en entrevistas públicas,
pero eso significa para mí la singularidad: estamos convergiendo con la
tecnología para crear un ente superior, que se llama sociotecnología,
tecnosociedad o como lo quieras llamar.
¿Por qué no te gusta hablar de esto en entrevistas?
–Porque es muy loco, ¿no? Es muy profundo y hay gente que se preocupa
más de la cuenta. Prefieren hablar del robot de Amazon que les mandó un
paquete equivocado. Nos descoloca que nos hablen de un chip implementado
en el cerebro, pero ya todos usamos tecnología para aumentar nuestras
capacidades. No es en ningún caso el fin de la humanidad, es la
evolución que sigue su camino. Y la manera en que esto ocurra va a
depender de nosotros. Entonces nos conviene entender que tenemos por
delante una gran responsabilidad, porque nosotros diseñamos las
instituciones que van a definir el futuro de estas convergencias.